lunes, 23 de agosto de 2010

Autorretrato de lo desagradable


Por estos días he experimentado un extraño interés hacia esas aves, que semejan caballeros enfundados en sus armaduras metálicas, despreciadas por todos pero humildemente necesarias e imprescindibles para liberarnos de tanto desperdicio que siendo humanos a diario generamos.

Los zopilotes, popularmente conocidos como "chulos" se han vuelto parte de la fauna endémica de mi barrio, al cual lo atraviesa el despojo del Río Fucha. Estas aves inmensas, fuertes pero nobles, aparentemente sucias y para la mayoría estéticamente desagradables, aunque no menos que las situaciones por las cuales aparecen en plena ciudad, comparten los árboles a lado y lado de las aguas canalizadas con las mirlas, los copetones y las tórtolas que se resisten a creer en la extinción de su hábitat.

Cada tercer día aparecen con toda la extensión de su cuerpo en la vía que usan los habitantes del sector -yo incluida- para tomar el transporte hacía su trabajo y la gente no puede más que hacerse a un lado o lanzar un chillido más desagradable que el de los chulos mismos para intentar evitarlos o despejar su paso.

La ignorancia es atrevida, definitivamente, y mejor harían estos personajes -incluida yo-  al organizar y seleccionar  sus basuras en lugar  de sacarlas a deshoras y revueltas y al evitar que los transeúntes se deshagan de lo que no les sirve arrojándolo a las aguas del río que ya no soporta más residuos.

En fin, una mañana de estas, los zopilotes cansados de ser los malos del paseo mordisquearán los pies de quienes en un acto de “ignorancia atrevida” les hagan el quite y no así con su propia y desagradable basura...

El zopilote
Franz Kafka


Un zopilote estaba mordisqueándome los pies. Ya había despedazado mis botas y calcetas, y ahora ya estaba mordiendo mis propios pies. Una y otra vez les daba un mordisco, luego me rondaba varias veces, sin cesar, para después volver a continuar con su trabajo. Un caballero, de repente, pasó, echó un vistazo, y luego me preguntó por qué sufría al zopilote.

-Estoy perdido -le dije-. Cuando vino y comenzó a atacarme, yo por supuesto traté de hacer que se fuera, hasta traté de estrangularlo, pero estos animales son muy fuertes... estuvo a punto de echarse a mi cara, mas preferí sacrificar mis pies. Ahora están casi deshechos.

-¡Vete tú a saber, dejándote torturar de esta manera! -me dijo el caballero-. Un tiro, y te echas al zopilote.

-¿En serio? -dije-. ¿Y usted me haría el favor?

-Con gusto -dijo el caballero- sólo tengo que ir a casa por mi pistola. ¿Podría usted esperar otra media hora?

-Quién sabe -le dije, y me estuve por un momento, tieso de dolor. Entonces le dije-: Sin embargo, vaya a ver si puede... por favor.

-Muy bien -dijo el caballero- trataré de hacerlo lo más pronto que pueda.

Durante la conversación, el zopilote había estado tranquilamente escuchando, girando su ojo lentamente entre mí y el caballero. Ahora me había dado cuenta que había estado entendiéndolo todo; alzó ala, se hizo hacia atrás, para agarrar vuelo, y luego, como un jabalinista, lanzó su pico por mi boca, muy dentro de mí. Cayendo hacia atrás, me alivió el sentirle ahogarse irremediablemente en mi sangre, la cual estaba llenando cada uno de mis huecos, inundando cada una de mis costas.

FIN

1 comentario:

  1. Yo tengo esa misma parábola. pero en la mía no es un Zopilote. Las ventajas de la traducción, supomngo. Abrazo.

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