martes, 5 de marzo de 2013

Memorias reveladas

La memoria es un misterioso cántaro que en su apacible interior guarda incontables detalles fácilmente omitidos de la conciencia cotidiana. Detalles que nos permiten vivir el mundo bajo el sentido único que le otorgamos, que se hacen evidentes de manera impredecible, con un ritmo, un aroma particular, un nombre olvidado o una imagen cercana. 

Siempre me he reconocido con una carencia cuasi-absoluta de memoria, especialmente si de hechos ocurridos en mi infancia se trata. Sé gracias al registro de la cámara fotográfica que adoraba montar en sube y baja, tomar  yogurth y bailar en cuanta presentación del jardín de niños se organizara. No admito recordar por mi misma casi nada, sin embargo existen aromas, sabores, sonidos y alguna que otra imagen que me devuelven a mi infancia de una manera tan sentida que el asombro, sin poderlo controlar, se transforma en llanto.

En los últimos meses la infancia se me ha revelado constantemente y me ha descubierto vulnerable e igual de ingenua -como si el tiempo volviese sobre sí-. Dicen que la infancia es siempre el recurso de quien ha vivido bastante y mira con nostalgia su pasado. La idea produce miedo: ¿Pensar en la infancia es acaso la señal inevitable de que se es viejo? ¿Una especie de ancla para no olvidar del todo aquello que alguna vez nos hizo feliz? ¿Será quizá su evocación, un signo fatídico de épocas de alegría que nunca tendrán equivalente? 

Siempre he pensado que a pesar de los años, nunca he dejado de soñar con la inocencia de los anhelos infantiles, que no he perdido la chispa de la espontaneidad y la alegría que caracteriza esa época. Sobretodo que no me he dejado de sorprender. Aún así, algo pasa. El tiempo, ha pasado, y la certeza de estar lejos de infancia lo confirma con algo de incertidumbre.

Un recuerdo ha rondado mi cabeza por estos días. Una serie de imágenes que no sabía conservaba mi memoria a la espera del día en que pudiera comprenderlas: Un comercial de los años 90 (Ponds quizás), la imagen de una niña que crece y transforma su rostro hasta la edad más adulta. ¡60 años en 10 segundos! 
Recuerdo que me inquietaba cómo era posible que cambiara tanto la  fisionomía de esa mujer. Para la niña de seis años que vio el anuncio eso era imposible... 
...Veinte años más tarde, miro mi imagen en el espejo y entiendo desconcertada cómo efectivamente el rostro -mi rostro- se transforma, por completo, con los años.


Cada mañana, ante el espejo, creemos encontrar la misma persona, 
hasta que una madrugada desprevenida o una tarde nefasta 
ya no ves el pelo vivo y los ojos brillantes de la joven que esperabas ver,
sino las ojeras violáceas y el cabello ralo de una señora mucho más madura que,
aunque se haya convertido en otra, comprenderás que sigue siendo tú misma,
tú misma aunque más vieja.
Pero fuera de percibir -cada decenio o más- estos tremendos saltos,
bien notas cada día que tu cara de hoy no es la misma de ayer ni de mañana.
No hacen falta iluminados espejos de aumento para saber que cambias
y que de un día a otro, a veces, no te reconoces.
La cara, dijo un sabio, es descarada. 

Hector Abad Faciolince
Tratado de culinaria para mujeres tristes